(...)“Al final, tras más de seis meses, doscientas cuarenta y dos cartas, sesenta y cinco correos electrónicos e innumerables llamadas telefónicas a medianoche, volví a casa una fría noche de noviembre después de enterarme de que no había nacido en Australia. Tenía una desagradable sensación en la boca del estómago y la cabeza me iba a toda velocidad intentando encontrar una explicación. «¡Santo cielo! —pensé mientras paraba un taxi que acababa de entrar en la calle—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no hay ningún registro de mi nacimiento? ¡Es absurdo! ¿Por qué iba a decirme umma que había nacido en Australia si no era verdad? Y si no nací allí, ¿por qué tuve un pasaporte australiano cuando era niña?».
Estaba segura de que algo muy raro estaba pasando, pero no conseguía atar cabos”(...)
Estaba segura de que algo muy raro estaba pasando, pero no conseguía atar cabos”(...)
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